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miércoles, 20 de junio de 2012

19-LA REGENTA Y COLINDRES

Es de todos conocidos la mas famosa y la primera de las novelas de don Leopóldo Alas alias "Clarín" del cual pondré una abreviada biografía.


Leopoldo Alas, conocido por el seudónimo de "Clarín", forma con Pérez Galdós la pareja de grandes novelistas españoles del siglo XIX. De familia asturiana, nace en 1852, en Zamora, donde su padre era gobernador civil. En 1863 la familia se afincó en Oviedo, ciudad a la que le uniría una estrecha relación y que se convertiría, de alguna manera, en la protagonista de su obra maestra, La Regenta. En 1868 participó con entusiasmo en las jornadas revolucionarias de septiembre, experiencia que fue la base de sus convicciones progresistas y republicanas.
Estudió en Oviedo, con brillantes calificaciones, tanto en el colegio como en la universidad, donde cursó la carrera de Derecho y entró en contacto con los krausistas (Giner de los Ríos, Salmerón). Al mismo tiempo colaboraba en El Solfeo, de orientación republicana, donde comenzó a utilizar el seudónimo "Clarín" para firmar sus artículos. Aunque ganó las oposiciones a una cátedra de la Universidad de Salamanca, no pudo tomar posesión de ella debido a la injusta intervención del ministro de Fomento, que se vengó así de las sátiras que el escritor le había dirigido desde la prensa. Más tarde, en 1882, consiguió la cátedra de Economía Política de la Universidad de Zaragoza y el año siguiente se trasladó a la cátedra de Derecho Romano de la Universidad de Oviedo, actividad que alternó con las de articulista y escritor. Sus artículos literarios y satíricos, publicados mayoritariamente en la revista Madrid Cómico, alcanzaron gran popularidad, pero su mordacidad le valió numerosas enemistades e incluso algún duelo. En 1891 fue elegido concejal republicano del ayuntamiento de la capital asturiana. Murió en 1901.


A parte de esto y para nuestra informacion y comprension del porque de la relacion entre nuestro pueblo y la obra de este genial escritor, decir que durante su infancia y adolescencia, Leopoldo Alas veraneo en la vecina Santoña .

La Regenta es, sin duda, la obra maestra de Clarín y una de las novelas más importantes de la literatura española. En ella se retrata en toda su complejidad una ciudad de provincias, Vetusta (nombre tras el que se esconde Oviedo), en la que está representada la sociedad española de la Restauración. Clarín somete a una irónica crítica a todos los estamentos de la ciudad: la aristocracia decadente, el clero corrupto, las damas hipócritas, los partidos políticos. Todo ello conforma una atmósfera social asfixiante, opresiva, con la que choca la protagonista, Ana Ozores. Su temperamento sensible y soñador la lleva a refugiarse en el misticismo, pero su confesor, el canónigo Fermín de Pas, la decepciona cuando intenta aprovecharse de ella. Cae entonces en brazos de Álvaro Mesía, un mediocre don Juan, con el que vivirá una relación amorosa que no resultará ser más que un sucedáneo de sus ideales románticos. En el enfrentamiento entre Ana y Vetusta, la primera acabará siendo vencida, y, en consecuencia, marginada. 


Dentro de dicha obra en el capítulo III y IV, la protagonista Ana Ozores, vive y recuerda su infancia en la aldea de Loreto (Laredo) y como tiene un amor de infancia con un niño, compañero de juegos y correrías, de la vecina Colondres (Colindres) y de cómo juntos una noche, pasan una aventura, que a la larga la saldrá cara a la protagonista, pues pondrá su pureza en entredicho. Junto con dicho niño, cogen a hurtadillas la barca de Trébol (Treto) y se quedan varados en mitad de la ría por lo cual tienen que pasar allí la noche con el consiguiente problema para la niña, futura "regenta".


A continuación pondré la trascripción, de los pasajes en los que aparece Colondres.


// pero al leer: «Los parajes por donde anduvo», su pensamiento volvió de repente a los tiempos lejanos. Cuando era niña, pero ya confesaba, siempre que el libro de examen decía «pase la memoria por los lugares que ha recorrido», se acordaba sin querer de la barca de Trébol, de aquel gran pecado que había cometido, sin saberlo ella, la noche que pasó dentro de la barca con aquel Germán, su amigo... ¡Infames! La Regenta sentía rubor y cólera al recordar aquella calumnia. Dejó el libro sobre la mesilla de noche —otro mueble vulgar que irritaba el buen gusto de Obdulia— apagó la luz... y se encontró en la barca de Trébol, a medianoche, al lado de Germán, un niño rubio de doce años, dos más que ella. Él la abrigaba solícito con un saco de lona que habían encontrado en el fondo de la barca. Ella le había rogado que se abrigara él también. Debajo del saco, como si fuera una colcha, estaban los dos tendidos sobre el tablado de la barca, cuyas bandas obscuras les impedían ver la campiña; sólo veían allá arriba nubes que corrían delante de la cara de la luna.
—¿Tienes frío? —preguntaba Germán.
Y Ana respondía, con los ojos muy abiertos, fijos en la luna que corría, detrás de las nubes:
—¡No!
—¿Tienes miedo?
—¡Ca!
—Somos marido y mujer —decía él.
—¡Yo soy una mamá!
Y oía debajo de su cabeza un rumor dulce que la arrullaba como para adormecerla; era el rumor de la corriente.
Se habían contado muchos cuentos. Él había contado además su historia. Tenía papá
en Colondres y mamá también.
—¿Cómo era una mamá?
Germán lo explicaba como podía.
—¿Dan muchos besos las mamás?
—Sí.
—¿Y cantan?
—Sí, yo tengo una hermanita que le cantan. Yo ya soy grande.
—¡Y yo soy una mamá!
Después venía la historia de ella. Vivía en Loreto, una aldea, algo lejos de la ría por aquel lado, pero tocando con el mar por allá arriba, por el arenal. Vivía con una señora que se llamaba aya y doña Camila. No la quería. Aquella señora aya tenía criados y criadas y un señor que venía de noche y le daba besos a doña Camila, que le pegaba y decía: «Delante de ella no, que es muy maliciosa.»//


Billete de 1980 con la efigie de Leopoldo Alas.
//Había encontrado después del molino un bosque y lo había cruzado corriendo, cantando, y eso que tenía aún los ojos llenos de llanto, pero cantaba de miedo. Al salir del bosque había visto un prado de yerba muy verde y muy alta...
—¿Y allí estaba yo, verdad? —gritó Germán.
—Es verdad.
—Y te dije si querías embarcarte en la barca de Trébol, que el barquero había sido mi criado, y yo era de Colondres, que está al otro lado de la ría.
—Es verdad.
La Regenta recordaba todo esto como va escrito, incluso el diálogo; pero creía que, en rigor, de lo que se acordaba no era de las palabras mismas, sino de posterior recuerdo en que la niña había animado y puesto en forma de novela los sucesos de aquella noche.
Después se habían dormido. Ya era de día cuando los despertó una voz que gritaba desde la orilla de Colondres. Era el barquero que veía su barca en un islote que dejaba el agua en medio de la ría al bajar la marea. El barquero los riñó mucho. A ella la condujo a Loreto un hijo de aquel hombre; pero en el camino los halló un criado del aya. Andaban buscándola por todo el mundo. Creían que se había caído al mar. Doña Camila estaba enferma del susto, en cama. El hombre que besaba al aya cogió a Anita por un brazo y se lo
apretó hasta arrancarle sangre. Pero ella no lloró.
Le preguntaron dónde había pasado la noche y no quiso contestar por temor de que castigaran a Germán si se sabía. La encerraron, no le dieron de comer aquel día, pero no declaró nada. A la mañana siguiente el aya hizo llamar al barquero de Trébol. Según aquel hombre, los niños se habían concertado para pasar juntos una noche en la barca. ¿Quién lo diría? Ana confesó al cabo que habían dormido juntos, pero que había sido sin querer. Su propósito había sido hacerse dueños de la barca una noche, aunque los riñeran en casa, pasar de orilla a orilla ellos solos, tirando por la cuerda, y después volverse él a Colondres y ella a Loreto. Pero el agua de la ría se había marchado, la barca tropezó en el fondo con las piedras en mitad del pasaje y por más esfuerzos que habían hecho no habían conseguido moverla. Y se habían acostado y se habían dormido. De haber podido romper la cuerda que sujetaba la lancha se hubieran ido a la tierra del moro, porque Germán sabía el camino por el mar; ella hubiera buscado a su papá y él hubiera matado muchos moros; pero la cuerdaera muy fuerte. No pudieron romperla y se acostaron para contarse cuentos de dormir.//


Portada de la primera edición de La regenta.
//Nada le decía de aquellas grandes batallas que le obligaba a ganar en el extremo Oriente, en las que ella le asistía haciendo el papel de reina consorte, con arranques de amazona. Algunas veces le propuso, hablándole al oído, viajes muy arriesgados a países remotos que él ni de nombre conocía. Germán aceptaba inmediatamente, y estaba dispuesto a convertirse en diligencia si Ana aceptaba el cargo de mula, o viceversa. No era eso. La
niña quería ir a tierra de moros de verdad, a matar infieles o a convertirlos, como Germán quisiera. Germán prefería matarlos: y dicho y hecho se metían en la barca, mientras el barquero dormía a la sombra de un cobertizo en la orilla. A costa de grandes sudores conseguían un ligero balanceo del gran navío que tripulaban y entonces era cuando se creían bogando a toda vela por mares nunca navegados.
Germán gritaba:
—¡Orza!... ¡a babor, a estribor! ¡hombre al agua!... ¡un tiburón!
Pero tampoco era aquello lo que quería Anita; quería marchar de veras, muy lejos,huyendo de doña Camila. La única ocasión en que Germán correspondió al tipo ideal que de su carácter y prendas se había forjado Anita, fue cuando aceptó la escapatoria nocturna para ver juntos la luna desde la barca y contarse cuentos. Este proyecto le pareció más viable que el de irse a Morería y se llevó a cabo. Ya se sabe cómo entendió la grosera y lasciva doña Camila la aventura de los niños. Era de tal índole la maldad de esta hembra, que daba por buenas las desazones que el lance pudiera causarle, por la responsabilidad que ella tenía, con tal de ver comprobados por los hechos sus pronósticos.//


//La calumnia con que el aya había querido manchar para siempre la pureza virginal de Anita se fue desvaneciendo; el mundo se olvidó de semejante absurdo, y cuando la niña llegó a los catorce años ya nadie se acordaba de la grosera y cruel impostura, a no ser el aya, su hombre, que seguía esperando, y las tías de Vetusta. Pero se acordaba y mucho Ana misma. Al principio la calumnia habíale hecho poco daño, era una de tantas injusticias de
doña Camila; pero poco a poco fue entrando en su espíritu una sospecha, aplicó sus potencias con intensidad increíble al enigma que tanta influencia tenía en su vida, que a tantas precauciones obligaba al aya; quiso saber lo que era aquel pecado de que la acusaban, y en la maldad de doña Camila y en la torpe vida, mal disimulada, de esta mujer, se afiló la malicia de la niña que fue comprendiendo en qué consistía tener honor y en qué perderlo; y como todos daban a entender que su aventura de la barca de Trébol había sido una vergüenza, su ignorancia dio por cierto su pecado. Mucho después, cuando su inocencia perdió el último velo y pudo ella ver claro, ya estaba muy lejos aquella edad; recordaba vagamente su amistad con el niño de Colondres, sólo distinguía bien el recuerdo del recuerdo, y dudaba, dudaba si había sido culpable de todo aquello que decían. Cuando ya nadie pensaba en tal cosa, pensaba ella todavía y confundiendo actos inocentes con verdaderas culpas, de todo iba desconfiando. Creyó en una gran injusticia que era la ley del mundo, porque Dios quería, tuvo miedo de lo que los hombres opinaban de todas las acciones, y contradiciendo poderosos instintos de su naturaleza, vivió en perpetua escuela de disimulo, contuvo los impulsos de espontánea alegría; y ella, antes altiva, capaz de oponerse al mundo entero, se declaró vencida, siguió la conducta moral que se le impuso, sin discutirla, ciegamente, sin fe en ella, pero sin hacer traición nunca.//

Primera paguina titulo de La regenta .
Hasta aquí la aventura que vivió la azarosa Ana Ozores en nuestra villa, la cual no hay ninguna duda que su inspiración fuera aquí, ya que las descripciones son más que reveladoras y las coincidencias muchas y muy importantes.
Una vez más vemos reflejada nuestra pequeña villa, en una brillante obra de la literatura universal por lo cual nos hemos de sentir muy orgullosos y satisfechos.

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